Oriente y Occidente a lo largo de la historia de la humanidad se han ocupado de tratar de entender al hombre. Desde la religión, la medicina, la filosofía, la antropología y la psicología se ha intentado una aproximación a una cada vez más expandida conciencia del Yo.
La oscilación pendular permanente entre las polaridades, el intento de superarla, la conciencia de la crisis, la evidencia de un espiral evolutivo, nos alientan a acercarnos al hombre planteándonos una perspectiva ontológica.
Nos aproximamos desde la observación y visualizamos un nudo kármico o herida emocional primigenia que el cristianismo denomina pecado original. Cada uno de nosotros registra o no esto como un punto oscuro en nuestro interior que se proyecta al mundo y se muestra en la relación con los otros como una sombra vasta e indefinida.
El espejo en el que nos vemos reflejados en nuestros vínculos interpersonales nos brinda la primera pauta que se repite con particularidades similares y constantes. Cuando atinamos a asumir una actitud más alerta y contemplativa respecto de nuestro yo y nuestro desenvolvimiento en el mundo, comenzamos a percibir que el común denominador de nuestra conducta y sus consecuencias nos remiten a nuestra interioridad.
Y es allí que iniciamos el proceso más fascinante y profundo de autoconocimiento. Las epifanías o manifestaciones remotas son reconocidas como emergentes adictivos de un nudo emocional intenso plasmado en el instante de nuestro nacimiento. Desde el comienzo de nuestra gestación, la Luna penetra en nuestra emoción profunda. En el parto se marca un punto que surge del cruce de las coordenadas de tiempo y espacio, sella a fuego esta impronta y se inicia nuestra etapa solar.
Cada una de nuestras células se impregna de esta energía surgida de la herida emocional original y frente a circunstancias traumáticas que evocan la situación vivida en el parto o sufrida durante el embarazo se despierta en el hipotálamo una reacción que libera neuropéptidos que son conducidos por todo el cuerpo y provocan una respuesta indefinida de angustia, desborde, ansiedad, letargo, etc, que se repite con mayor vehemencia e intensidad ante cada vez más mínimos estímulos, marcando surcos cada vez más profundos.
El único modo de detener este proceso y ser consciente de esto, es convertirnos en observadores de nosotros mismos, ser objeto y sujeto simultáneamente, contemplar las pequeñas y grandes situaciones cotidianas que despiertan estas reacciones aparentemente inmanejables, desbordadas e impulsivas. Ver el denominador común, regresar lentamente al pasado, y escoger preferentemente la edad de 5 y 8 años para percibir por contraste una situación de máxima luminosidad y su contraposición inmediata de colapso u oscuridad. Surgen allí datos interesantísimos de miedos y culpas muy específicos.
El Tarot y la meditación acerca de la información y resonancia que los grandes Arquetipos nos proporcionan, nos permitirán decodificar ayudando al consultante a poner palabras, Logos, a la sensación hasta este momento experimentada, intensa pero difusa e inconscientemente.
Esta información que empieza a expresarse nos sirve de base para la siguiente etapa. Detectar los conatos de impulsos o el desborde neto y relacionarlos con el nudo original, focalizar la conciencia de qué situaciones, quiénes, cuándo y cómo se detonan nuestras reacciones. Es muy probable que debamos cargar hasta el fin de nuestra vida con este sello y no podamos desatar nunca el nudo, esto es curarnos, pero sí podremos tomar los recaudos para ser dueños de nuestra vida, artífices de nuestro destino y nunca más víctimas de la fastidiosa sensación de improvisación constante. Y en esto consiste nuestra Sanación.
El ámbito amoroso en el que se encare este abordaje terapéutico sea de un modo individual o grupal aprovechando el invalorable recurso del Tarot, nos conducirá muy probablemente a una superación personal y grupal sumamente gratificante y alentadora. Y es aquí donde comenzamos a vislumbrar que el Tarot va más allá de una mirada predictiva. Nos insta a sintonizar una frecuencia muchísimo más elevada y nos permite acceder a información que sólo se registra en un estado contemplativo o meditativo al que es muy fácil arribar a través de esta mancia.
La clave por fin de nuestro trabajo con el Tarot, después de haber rastreado en el pasado esta inestimable información, es concentrarnos en el aquí y ahora y exhumar el potencial maravilloso que nos posibilita construir un futuro alentador , feliz y trascendente.
Gracias, me ha aparecido interesantísimo, tanto que en la primera oportunidad que me surja lo voy a poner en práctica. Besitos. teresa.
Muchas gracias Teresa!!!