La sociedad occidental, más específicamente el sector privilegiado que cuenta con tecnología de avanzada, goza (¿o padece?) de condiciones de vida más cómodas y placenteras que provocan efectos soporíferos en su conciencia.
Se puede imaginar la pecera pequeña, individual, lujosa, de un habitat suficiente que le proporciona a cada hombre una aparente cosmovisión liberal pero no libre, acotada al espacio vital sugerido. En ésta, cabe la fantasía del salto acrobático del pez que sale de a ratos del agua y cree que incursiona con solvencia en terrenos atractivos y estimulantes.
Hasta hace piruetas y cabriolas en el aire llevando su experiencia al límite, para volver casi agónico a su refugio de cristal blindado sintiendo que «eso»es realmente vivir. Se estabiliza en el confort, retorna a su rutina de mirar el mundo desde su preciosa esfera transparente.
Se entretiene nadando en círculos; a veces impone un ritmo más rápido o asume la moda del «slow life» y hasta zigzaguea y esquiva con habilidad algunos escollos que él mismo inventó para hacer más apasionante su cotidianidad.
Al cabo de un tiempo comienza a echar de menos sus «brincos mortales» y aprovechando algún «fin de semana largo», acude a su ordenador, mira las ofertas de viajes a lugares exóticos, se disfraza de explorador sofisticado, a veces hasta se vacuna para resistir el afuera sin contraer ninguna peste emocional o física y pega otro «salto mortal».
Ocasionalmente la propuesta le brinda un tubo de oxígeno extra para resistir más tiempo afuera y contemplar otras realidades bastante más conmovedoras que aquéllas a las que está acostumbrado dentro de su bunker vítreo: hambre, caos, desolación, tsunamis, piquetes, abusos, reactores nucleares fisurados, y también compromiso, solidaridad, comunicación, y capacidad de trascenderlo todo.
Esta vez el retorno es muy complicado, el contacto con la muerte y con la vida es extremo, y casi puedo sugerir que todo esto se le queda prendido en las entrañas.
El osado sujeto aludido intenta habitar en su pecera como si nada hubiera sucedido. Por un tiempo consigue mantenerse tranquilo. De pronto, sorpresivamente, se detiene y sólo logra ascender y descender cautelosamente en el mismo sitio sin poder avanzar. Recurre a los placebos conocidos que ya no surten efecto: rivotril, diazepam, alcohol, diversiones afrodisíacas, mp3/4/5, playstation, chat.
Nada lo conmueve, se acelera su proceso de agotamiento y por fin desciende hasta el fondo. Acuden en su ayuda algunos con terapias newage o recursos presuntamente mágicos para remolcarlo a aguas medias, pero nada consiguen y por fin lo abandonan a su suerte. Queda deprimido y aparentemente desahuciado en su mullido colchón de «pecera fina».
Allí, boqueando imperceptiblemente, en estado cataléptico, pasa el tiempo. Aislado, olvidado por el mundo, nada lo inmuta, salvo el ínfimo esfuerzo de sostener el último hálito de vida en esa única, intransferible y honda experiencia de autogestación de su «ser él mismo».
Y un día, de pronto, se eleva por encima de su propia miserable frontera, emerge desafiando el encierro y se sumerge en el gran océano de una nueva, digna y auténtica existencia.
Autora: María Cristina Beati, Terapeuta, Astróloga y Sanadora Espiritual.
Alguna gente que anda por acá y se queda viene de allá, de la pecera. Y algunos acá no lo entienden. Para entenderlo tendrían que leer esta entrada Cristina.
La condición «despierta» sucede cuando el ojo y el oído están aguzados por la experiencia. No importa la edad que tengas, lo he visto en niños también.
Los que no lo entienden acá es porque viven en la pecera también. Y otra cosa, se puede vivir en la pecera como tiburón o como sardina.
Querida Marta
Este texto lo escribi en Granada en un viaje que hice en marzo. No me referi a ningun «acuario» en particular, ni lo ubique en America, Europa ni otro continente. Simplemente quizas reconoci mi propia vivencia de «muerte» en mi pecera y sencillamente escribi. Acompano y acompane muchos procesos de este tipo, muchas veces hasta me sumergi en peceras ajenas, pretendi usar redes y otros artificios para alentar cambios. Hoy prefiero disfrutar de nadar con los que quieran hacerlo conmigo, o simplemente sola, en el oceano. Es mas peligroso, amenzante, incomodo, dificil, pero tambien: MAS APASIONANTE.
Un abrazo y gracias por tus comentarios
Como tiburon o como sardina, y hasta como sirena, el habitaculo sigue siendo una pecera!!! Elijo el mar..
Y sean tiburones o sean sardinas hoy se ahogan en esa pecera… ¡urge el despertar! Vemos el mundo… ¿cuánto sufrimiento necesitamos más para despertar?? ¡Esperemos que ya poquito!
Hola Cristina, me parece interesante de que menciones de que es el hombre acomodado occidental que vive en este tipo de peceras. Sugieres que la gente pobre vive en el «oceano»? No sé si por ser pobre eres más libre, he conocido mucha gente pobre que vive en peceras mentales mucho más pequeñas que las que nos podríamos imaginar. Tampoco creo que coger un fin de semana largo y viajar a un lugar exótico sean boqueadas inútiles a salir, al contrario. Yo por lo menos hago viajes para aprender de esas culturas exóticas, a ver cosas distintas que me sacudan y me hagan pensar. Por último, si todos estamos en esa pecera, nos puedes decir dónde está ese océano donde tu nadas sola? Creo que nos gustaría verlo también, ver el océano por primera vez es muy bonito y también es bonito compartirlo.
Hola Clemencia
Buenas acotaciones. Valen para aclarar agunos aspectos de la metafora que comparti.
Coordino una propuesta llamada ALETHEUEIN que sugiere el «Encuentro en la diversidad». Asi que desde mis principios y valores, no juzgo, solo enuncio mi personal modo de leer la realidad. Mas alla de ti y de mi, existe una verdad que no es ni tuya ni mia y que se refleja en cada uno de nosotros. De ella habla cada uno y a veces, hasta la vive. La pecera no es privativa de oriente ni de occidente, tampoco lo es de ricos o pobres, negros o blancos, etc, etc. Para mi la elige y asume quien no se decide a ser EL mismo. El que no abraza su libertad y no se permite volar. Desde ya que como occidental e influida por una cultura, utilizo imagenes que aluden a costumbres y habitos contemporaneos y conocidos por los lectores de lo que escribo. El materialismo, como cualquier «ismo» ha condicionado de un modo muy perverso nuestro modo de sentir, pensar y actuar. Sumergirme en el «oceano» que no es exclusivamente mio ni tuyo, sino de todos, es para mi, una opcion para escapar de esa acotada y restringida pecera. NO siempre lo logro, pero al menos lo intento.
Gracias nuevamente
Cristina