Primigeniamente, las runas eran unos símbolos crípticos que aparecieron dibujados o grabados sobre madera, piedra o metales.
En un principio no eran letras, y posiblemente ni siquiera tenían que pronunciarse.
Es muy probable que fueran ideogramas. Es decir, runas grifas o los primeros dibujos realizados por el hombre, con el fin no de representar objetos visibles y tangibles, sino arquetipos, flujos de energía y todo tipo de conceptos abstractos.
De ahí que se viesen como unos símbolos destinados a enseñar las formas de dominar las leyes básicas del Cosmos.
Según cuenta la leyenda, fue el dios Odín quien las legó a la humanidad para que ésta pudiera comunicarse, y también descifrar los más variopintos enigmas.
Odín se autoinmoló para hacerse merecedor de la sabiduría absoluta encarnada en las runas, ya que ni los mismos dioses eran realmente sabios hasta que recibieron, como una revelación, el sublime don del lenguaje.
Durante nueve días, Odín ayunó y se mortificó, colgado cabeza abajo de un árbol llamado Yggdrasill. Finalmente, se arrojó al vacío, visitó los infiernos y logró regresar con un botín de incalculable valor: el don del pensamiento abstracto y expresable, es decir, las Runas.
Gracias al sufrimiento de Odín, mortificado por su insaciable sed de sabiduría, éstas se quedaron para siempre grabadas en nuestro código genético, pues se dice que los humanos somos descendientes directos de los dioses.
Todos los estudiosos coinciden en que las runas fueron encontradas en el entorno de las tribus germánicas asentadas por todo el norte de Europa.
Algunas teorías les atribuyen su creación, como una especie de alfabeto para comunicarse entre ellos, ya fuese para sus movimientos migratorios, desenlaces de batallas o simplemente como fuente de inspiración.
Posteriormente, y con el transcurso del tiempo, serían adoptadas también como método de adivinación.
El vocablo runa proviene de run, que es sinónimo de secreto.
Se cuenta que comenzaron a utilizarse en la Edad de Bronce, hasta que en el siglo XIV la Inquisición arremetió contra ellas, poniéndolas al nivel de la magia negra.
Afortunadamente hoy, en pleno siglo XXI, las runas son consideradas un oráculo válido para buscar una respuesta a cualquier dilema que nos atormente.
Pero, al igual que sucede con el Tarot, es fundamental no ceñirse sólo al significado individual de cada una de ellas, sino dejarse guiar también por la intuición.
El alfabeto rúnico original estaba formado por 24 símbolos, los cuales, insisto, no fueron creados inicialmente como objeto adivinatorio.
Se le conocía, y así ha trascendido hasta nuestros tiempos, con el nombre de FURTHAK, debido a los nombres de las seis primeras runas. Además de las 24 correspondientes a cada símbolo, contamos con una runa más, llamada Odín, que fue añadida por el pueblo celta posteriormente, y que no posee ningún símbolo.
Si decides trabajar con las runas debes saber que, una vez que te adentres en sus enseñanzas, te encontrarás inmerso en un mundo fantástico. Muchas veces inaprensible y a menudo tremendamente onírico.
Interpretarlas no es tan fácil como parece, pues para ello debes dejar hablar a tu corazón, escuchándolo muy atentamente respecto a los mensajes que cada uno de los símbolos te quiere hacer llegar.
Y además has de tener también muy presente la misma lección que con el Tarot: las runas no facilitan respuestas definitivas y contundentes acerca de nuestro futuro, sino que suponen una guía para orientarnos en cualquier situación de oscuridad que suframos en nuestro devenir en este plano terrenal.
Un último consejo: resulta muy recomendable, aunque no es obligado, consultar las runas sólo por la noche, y más todavía si cuando lo hacemos nos encontramos bajo los influjos de la Luna Llena.
Si quieres descubrir un mundo especial y único, sé bienvenido.
Mayte