Desde niña me sentí atraída por las rocas.
Salir a la naturaleza era mi más íntimo anhelo, ciudadana de una capital repleta de bullicio e insensible a las necesidades de mi Yo más espiritual. Visitar la montaña, mi fantástico Pirineo, me ayudaba a sumergirme en los mensajes que las grandes moles pétreas me susurraban.
Fue entonces cuando comencé a sentir un fuerte vínculo con los enigmas que el camino me proponía: pequeños cantos rodados, piedras angulosas y repletas de aristas, fosilizados restos de mar transportados hasta allí en épocas pretéritas… cualquier piedra llamaba mi atención, y un afán por recolectarlas se despertó en mí.
Después, en la tranquilidad de mi hogar, las analizaba tratando de diseccionar el retazo de historia que llevaban dentro.
Cualquier pequeña grieta, cualquier protuberancia excitaba mi mente, que comenzaba a trazar fantásticas historias a velocidad de vértigo.
Una tarde de sábado, paseando por mi ciudad, unas extrañas piedras atrajeron mi atención a través del escaparate de un comercio. Enigmáticos símbolos que no comprendía me miraban retadores desde el otro lado, incitándome a que descubriese sus secretos.
Y fue entonces cuando las Runas entraron en mi vida.
A partir de ese momento, nuestro caminar ha ido de la mano.
Soy una buena oyente, todos los que me conocen lo dicen. Por eso, los mensajes de las runas llegan hasta mí de forma nítida. Resuenan en mi interior y me permiten desentrañar con facilidad lo que les pregunto.
Pero para eso hace falta sensibilidad, y sobre todo dejarse llevar por la intuición.
Es nuestra psique la que interpreta el mensaje y lo traduce a su propio lenguaje para hacerlo comprensible. Pero la sabiduría ancestral encerrada en esos gliflos perdura a través de los siglos.
Y si somos buenos aprendices, nos conduce por una continua senda espiritual de crecimiento.
Desde hace años se han convertido en una parte esencial de mí misma.
En cualquier momento de duda o ante una tribulación que la vida me manda, extraer una simple runa del fondo de mi humilde bolsa de pana me hace despertar los sentidos, escuchar su mensaje, y encarrilar de forma óptima mi camino.
Trata de hacerlo tú también, y no desistas a las primeras de cambio. Las runas tienen su propio código, pero sólo podrás descifrarlo si escuchas primero a tu corazón, y dejas para después el raciocinio de tu mente.
Obsérvalas, tócalas y sobre todo, interprétalas tal como afloran de la bolsa. No las gires ni voltees, pues desvirtuarás su mensaje y sólo te generará confusión.
¿Sabes una cosa? Las runas también escuchan. Siempre lo hacen a pesar de su aparente estatismo.
En el fondo, poseen su propia energía y vibraciones, al igual que ocurre con todo lo que compone este universo.
Háblales y no menosprecies su mensaje: desde su quietud, ellas saben lo que necesitas, y te lo brindarán sin pedir nada cambio.
Sólo es preciso que tú estés alerta para captarlo.
Mayte