Durante muchos años el hombre vivió fascinado por la capacidad y habilidad de algunos “iniciados” de indagar en el alma humana y predecir el futuro.
Esta aptitud siempre permanecía en un plano oculto, y ni siquiera se intentaba proponer una explicación coherente acerca del “cómo” se manejaba esta mancia.
Algunos atinaban a sugerir algún don especial, y con eso era suficiente.
Aún hoy, resulta bastante complicado realizar una propuesta aceptable para explicar el fenómeno de la “adivinación”.
Es habitual en la práctica del Tarot escuchar algunas preguntas de los más curiosos: ¿Cuándo descubriste esta capacidad? ¿Cómo te baja la información? ¿Quién te ilumina? ¿Cómo te expresas con esta certeza o seguridad?
Es imposible generalizar, pero es útil cuestionarse y puntualizar algunos aspectos de estos planteamientos. Y posibilitar el que, por empatía o similitud, cada uno pueda ordenar algunos conceptos y comprender sus propios procesos.
Las casualidades percibidas como sincronicidades
Si miramos retrospectivamente nuestra vida, surgen situaciones o vivencias “paranormales” ya desde los primeros años.
Las “casualidades”, más precisamente consideradas “sincronicidades”, son detectadas con creciente asiduidad.
Los viajes astrales son confundidos con sueños muy reales. Las premoniciones se confunden con “pesadillas”. Los juegos de la niñez son representaciones de circunstancias, eventos o experiencias de otras vidas. Algunos miedos irracionales no se vinculan con episodios del pasado. Vocaciones tempranas van perfilándose con claridad. Simpatías o antipatías notables se relacionan con afinidades o rechazos manifestados en encarnaciones anteriores.
Esta profusión de elementos va constituyendo una infraestructura sobre la cual se empieza a percibir una mirada distinta del hombre, de la vida y de la trascendencia.
De pronto, se comienza a registrar la propia existencia como una cantidad de eslabones concatenados cuyo hilo conductor es el alma.
Y desde allí no es difícil inferir que este capítulo, que es uno más en la sucesión de vidas, se constituye en una maravillosa oportunidad de evolución.
A pesar del racionalismo estricto de nuestra cultura, un rayo de luz comienza a abrirse paso en la propia conciencia. Y la intuición empieza a proponer respuestas coherentes y diferentes, que van evidenciando una inteligencia distinta. Una nueva manera de entender las aspiraciones del alma y encontrarle el verdadero sentido a la propia vida.
La índole de la misión de cada uno es una búsqueda constante que se confunde en el laberinto de la existencia.
El espejo de los otros a veces nos ayuda a acercarnos a la visión de nuestro auténtico yo. En ocasiones a través del error, y en otras oportunidades abrazando la verdad.
De pronto un día, casi como de sorpresa, una nueva certeza se abre paso en nuestro interior.
Es un click especial.
Una sensación como de apertura del corazón.
Una necesidad de vibrar en una frecuencia más elevada.
Una inquietud que insta a trascender.
Y es en este punto donde la conciencia en expansión nos confirma que nuestra búsqueda anhelante de tanto tiempo por fin encuentra respuesta.
Y es también en ese instante, cuando descubrimos que es imposible dar marcha atrás. Que es para esto, y lo que comienza a develarse, que hemos encarnado esta vez.
Y es esto lo que justifica todo lo vivido, sufrido y gozado. No es difícil deducir que todo esto está estrechamente vinculado con el “amor”.
El Tarot como encuentro
Una emoción de doble dirección: se nutre en la apertura al cosmos y se actúa en el encuentro con los hombres.
Dentro de este contexto, el Tarot se constituye verdaderamente en un instrumento de “adivinación”. Esto es, un recurso que nos habilita el contacto con la chispa divina propia y de los otros.
Es el facilitador del encuentro de las almas, como oportunidad de fundir amorosamente sendas energías y vibrando en la misma frecuencia, bajar información del plano astral, decodificar los símbolos, interpretar los signos.
Es, entonces, el medio para meditar con el otro y clarificar algunos aspectos del Yo Interior, basado en la sabiduría y propiciando el autoconocimiento.
Centrarnos en nosotros, conocernos, ser conscientes, es sólo el primer paso.
Quizás sea el paso clave: no se puede trascender si no se resuelve a pleno el punto de partida.
La base desde donde realizar la proyección.
Esta actitud nos permite discernir que en nuestro interior está la motivación. Hallamos los recursos con los que podemos accionar. La capacidad de entender nuestros procesos internos, y por empatía comenzamos a ser más conscientes de los demás.
Es en este momento cuando empezamos a ser realmente conscientes del alter, cuando trascendemos el ego.
Trascender, del latín “trascendere”, es ir más allá de lo conocido.
La única manera de “trascender” es conocernos a nosotros mismos.
Este autoconocimiento es, por lo tanto, el punto de partida para una verdadera trascendencia.
Ésta se manifiesta en dos aspectos básicos: el amor a los otros y la tendencia espontánea hacia la espiritualidad, el altruismo de la compasión y el desarrollo espiritual en pos de la iluminación.
A través de la meditación comenzamos a integrar la materia con el espíritu, el finito con el infinito, la conciencia de uno mismo con la conciencia universal (verdad, luz, Dios).
El cuerpo psico-físico-emocional es el habitáculo de lo transcendente, de lo infinito y eterno, de la Esencia, que es causa de todo.
Por eso el cuerpo es el templo del Espíritu.